viernes, 30 de diciembre de 2011

¡Socorro!... ¡Auxilio!... ¡Ámenme!...

Las carencias de amor que se tienen en la niñez marcará emocional y afectivamente a la persona durante el resto de su vida. Si a esto se le suman agresiones y/o abusos de cualquier índole, esto se agravará, condicionando a una vida dolorosa. Por el contrario, si con posterioridad recibe el amor  que antes no tuvo, y tiene la oportunidad de compartirlo, comienza un proceso sanador.

Donde hubo heridas generadas por carencias de amor, estas se van sanando parcialmente, como parches sobre las pinchaduras en la cámara de una rueda.

A través de los años el Espíritu Santo van creando las condiciones para que se generen crisis emocionales, con la intención de que se produzcan desestabilizaciones: problemas económicos o laboral, accidente o enfermedad, conflicto familiar, matrimonial o pérdida de un ser querido, etc. Estas condicionan y favorecen a la persona para una apertura espiritual y a una disponibilidad espiritual, en una búsqueda inconsciente de Dios.

A veces un hombre al que consideramos normal, comete una infidelidad, o tiene una búsqueda morbosa del sexo, ¿por qué?

Esto lo comparo con una cámara que tiene varios parches por las reiteradas pinchaduras a través del tiempo. Al pasar los años ya no puede mantener constante la presión necesaria, los parches acortan y condicionan su vida.

La infidelidad, o la búsqueda de sexo, son las evidencias emocionales en la búsqueda «desesperada» de amor, del amor no recibido en los primeros años de la infancia y que recién ahora está reclamando sin saberlo, ni comprenderlo la persona.

Cuando la persona comienza esta crisis, está sensibilizada como si una llaga cubriera todo su cuerpo, si, todo su cuerpo le duele, porque le duele el alma.

Cualquier palabra la hiere, y cualquier afecto lo agarra con desesperación como un náufrago en el medio del mar, a su salvavidas.

Por este motivo no debe extrañarnos que dentro de la insanidad miren a las mujeres con deseos sexuales, las desnuden con la mirada, insinúen una intimidad física, etc.

Dentro de esta insanidad, este comportamiento es normal, por lo tanto al comprenderlo no debemos caer en el error de hacer un juicio. Por el contrario esto debería hacernos tomar la decisión de descubrirle la verdad que ellos no pueden ver.

Esta es nuestra responsabilidad que el Espíritu nos pone en «ese» momento, y no de escaparnos como el toro que embiste la capa del torero, aunque esto provoque asco y repulsión.

Estos hombres pueden tener una hermosa esposa e hijos, pero también no conocer, o tener la experiencia vital de lo que es el amor y menos aún la capacidad para poder amar.

Para muchos hombres amar es tener una relación sexual. Otros lo conocen por la televisión, pero no llega a su corazón. Esto es mucho más común de lo que uno se podría imaginar, por eso las separaciones matrimoniales degradan a la sociedad a un clima de odio e intolerancia.

Como medida defensiva el orgullo cierra el corazón a todo sentimiento amoroso, porque lo hace vulnerable, está en un callejón sin salida. Es una permanente tortura.

No es exagerado decir que cuando uno habla del sentimiento de amor cristiano, lo interpreten para el carajo. *

Lo que para nosotros es el color blanco, para ellos es el negro, esa es su realidad emocional-afectiva y espiritual.

A ellos no debemos hablarles de Dios, sino a Dios de ellos y solamente darles el testimonio de vida, otra cosa no pueden comprender.

Las mismas carencias afectivas padecen las mujeres, e inciden en las relaciones sexuales, pero pasan desapercibidas, ¿por qué?


* Lugar de castigo del marinero, en lo alto del palo mayor de la vela del barco.
La sexualidad femenina por su naturaleza no manifiesta «directamente» la falta de amor, sino que lo hace a través del estímulo, que recibe o deja de recibir el esposo.

Estos consisten en ausencias de besos, caricias, frialdad y poca frecuencia en las relaciones sexuales.

La ignorancia hace que la mujer asuma la posición de víctima, cuando en realidad es victimaria y el esposo, por esa ignorancia, cae en complicidad.

Ante esta situación, el esposo al consumar cada unión sexual, recibe una profunda humillación, porque representa una negación al amor. Siente que está haciendo el amor con una prostituta, es más, él mismo se siente prostituido, aunque no sea consciente de ello.

Para el orgullo del hombre es muy difícil admitir conscientemente esta terrible frustración y fracaso que inconscientemente siente en su corazón.

Para el esposo esta relación tiene poca diferencia con respecto a acostarse con una prostituta. A esto se le suma la insanidad propia del esposo, que en vez de acudir al médico divino (Jesús= Dios Sana- Dios Salva), busca a alguien que reemplace el amor que no recibe en casa.

Para completar, debo testimoniar lo que el Señor ha hecho en mí:

He recibido muy poco amor por parte de mi madre, solamente rechazo por parte de mi padre y no tuve testimonio de amor en mi familia. Fui tímido, introvertido, acomplejado.

Cuando el Señor me sanó, me dio un corazón misericordioso y lleno de amor. Soy testigo de que El me pone mucho amor para dar a cada persona que lo necesita.

Estoy separado y no solamente no siento la ausencia del amor conyugal, sino que tengo amor para llenar a los corazones de los esposos que tengan carencias y acepten el amor de Cristo, que El pone en mi corazón para ellos.

Al pasar por esta experiencia, me ha permitido comprender las heridas producidas en el corazón de los conyugues, cuando la relación sexual no es el fruto de un amor entregado, sino la demanda de un amor frustrado.

He tenido la experiencia del corazón de un esposo que se siente usado como una prostituta y de esta manera también puedo comprender como se siente la esposa.

Esta unión lleva a la degradación del amor, porque la pasión, a partir del resentimiento, se transforma en odio.

En esta situación conyugal, el desplazamiento afectivo hacia el hijo es un engaño para la madre y una frustración para el hijo.

El engaño consiste en creer que se puede dar amor al hijo, cuando no se es capaz de darlo al conyugue. La incapacidad no está en el otro, sino en la falta de honestidad por el orgullo, para reconocer la verdad: nadie puede dar lo que no tiene.

Mi suegro fue criado como interno en un colegio religioso y sin el amor de sus padres. Un abandono. Se casó sin amor. Trató de ser el mejor padre y al apoyarse emocionalmente en la hija le impidió madurar. A los 36 años era emocionalmente una niña y así le fue. Y así nos fue. Falleció a los 82 años en la casa de su amante de un ataque al corazón y yo fui el único que le dio el beso de despedida en la clínica, antes de llevarlo, sin velatorio, a la cremación.

Le dio todo lo que pudo darle, pero no le dio lo único que necesitaba: amor.

Esto es lo que sucede con los padres que reemplazan al conyugue con el hijo.

El hombre que se vuelve a Dios, como dice la Escritura: santificará (salvará) a su mujer (o a su marido) (1Cor 7.14), y como en las bodas de Caná, hay buen vino (Jn 2.10) y el de mejor calidad, esperando a los matrimonios renacidos en Cristo.

Hay matrimonios dispuestos a dar testimonio, transmitiendo su gozo espiritual, basta que sean convocados y le den permiso en sus corazones: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa. Ap 3.20

Vivan en el amor

Y en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos.  Este es el mandamiento, como lo habéis oído desde el comienzo:  que viváis en el amor.  2Jn 1.6

Un dato antropológico básico: las personas vivimos para amar y ser amadas.  Los humanos podríamos ser definidos como aquellos seres que no pueden prescindir del amor en ninguna etapa de la existencia.  Mi vida (y la de cualquiera) en su mayor dimensión consiste en desarrollar tal condición amorosa.  La palabra “amor”, debe ser una de las más devaluadas de nuestro tiempo y a la vez una de las menos comprendidas y por ello tan mal utilizada.  Amar a quien no nos ama y ser amados por ser quien no podemos amar.

Uno de los rasgos más relevantes, de lo que significa ser persona, se encuentra en la capacidad de amar.  Desarrollamos nuestra existencia viviendo con otros y adquiriendo la propia identidad del yo en relación íntima con los demás.  Sin amar y ser amados es imposible llegar a ser persona.  Pero, el amor ¿qué es?

En su núcleo implica necesitar radicalmente a alguien.  Lo principal y más valioso de la existencia humana es la relación interpersonal, la experiencia del amor, considerar al otro de dignidad intrínseca.

¿Por qué no me enamoro?  ¿Qué es el amor?  ¿Estaré enamorado de verdad?  Miles de hombres se hacen estas preguntas cada día.

Con frecuencia, después de un gran enamoramiento inicial, al tiempo, sobreviene una decepción o un aburrimiento.  Tal vez encontremos una respuesta en esta definición sobre en qué consiste el amor, sería la combinación de “deseo, ternura y amistad”Una pareja se une por la presencia de estos tres elementos y sus momentos de felicidad se deben al sano equilibrio de estos mecanismos psicológicos.  Cada uno de estos factores es una parte primordial de lo que conocemos como “Amor”.

DESEO: es el enamoramiento, es amor pasional.  Es el que hace sentir “loca/o de amor”; es un amor que punza y se relaciona con lo erótico y lo sexual.
TERNURA: es lo grato, el mimo, la no violencia, las caricias, etc.
AMISTAD: es compartir, preocuparse por el otro, estar juntos en buenas y malas situaciones:  “Los amores pasan, los amigos y amigas quedan”, dice un refrán popular.

Esta fórmula parece ser bastante efectiva pero no fácil de lograr.  Cuando algún elemento falta, el sentimiento es de decepción e insatisfacción.  Lo cierto es que a menudo las parejas se “enganchan” por alguno de estos elementos, generalmente el deseo, con ausencia de los otros dos y entonces, cuando el deseo se evapora, se termina la pareja.

El amor verdadero asegura la pasión, el afecto y la comprensión, y evita los celos y el control, por eso es duradero y produce más placer.  Es el amor el que produce energía, química, dan deseos de luchar y de cambiar, de seguir; además conforta en todo momento.  Los celos son sentimientos tanto goce como sufrimiento.  El celoso cree amar, pero no hace sino buscar su propia seguridad interior,

Para no equivocarse, lo ideal es ir sosegado sin estar desesperado y orar a Dios para encontrarlo:  es ahí cuando entonces aparece, y una vez que aparece transforma.  Y recuerda que cuando el amor emerge produce alegría y paz, gozo, regocijo, todo fruto del Espíritu (Ga 5.22); en cambio, si trae problemas y llantos no es amor de verdad, es simplemente un disfraz que a la larga se diluye.

Según la etimología, la palabra amor es compuesta del latín, donde “a” significa “sin” y “mor” es una contracción de la palabra “mortem” que significa “muerte”, entonces, amor quiere decir “sin muerte”, por lo tanto, amor es eternidad, y agregamos… ¡es Dios mismo!

En la Biblia el amor, sea humano o divino, es la expresión más profunda que puede darse de la personalidad y de la intimidad de las relaciones personales.  San Pablo dice: “Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena o como un címbalo que retiñe. 1Co 12.1

Amar implica querer y saber amar, es un acto consciente, no un hecho accidental.  Si alguno me ama, guardará mi palabra, dijo Jesús, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él  (Jn 14.23).  Dios es el amor de los amores; si hoy dejas que Él entre en tu vida entonces vivirás en el amor eternamente.

¿En qué se diferencia querer de amar?

Según el diccionario, querer es: Tratar de obtener. Desear. Y amar: Tener amor.
La definición que da el diccionario sobre el amor coincide con la espiritual, porque al no decir: dar amor, implícitamente está reconociendo que nadie puede dar lo que no se tiene.
Espiritualmente, querer es el sentimiento que le ponemos a las cosas y objetos que nos dan una utilidad.  Es un amor utilitario, interesado, egocéntrico y dura el tiempo que nos sea útil.  Un ejemplo: una servilleta de papel se la quiere antes de usarla, después se tira.
Amar es mirar desde los ojos del otro y poner nuestro corazón dentro del suyo, para compartir sus sentimientos.
Es un sentimiento oblativo*, de entrega de si mismo, de sacrificio.  También es una actitud heroica, porque para que sea amor verdadero es indispensable morir a uno mismo, para que el otro ocupe su lugar en nuestro corazón.
*Sentimiento que impulsa a una persona a entregarse y a amar a los demás.

Si el proyecto es solamente entre dos personas que se comprometen a amarse, corren el riesgo de que al apagarse el fuego que alimentó la pasión, el amor que sentían se apague con él.  También, que los pequeños actos cotidianos de egoísmos que tenemos todos, adquieran incremento, generando tensiones y conflictos internos que luego se manifestarán en: intolerancia, murmuración, queja, reproche, ira, etc.

Si a estas dos personas se le suma la Divina Persona de Jesús (el Amor), Él lo construye, alimenta, hace crecer y producir frutos, porque su amor es generador y regenerador de todo.
Quién no conoce a Jesús y decide caminar el exigente camino del amor, también cuenta con su auxilio, en las personas que tengan buena voluntad y honestidad puesta en esa intención, porque como Dios es Amor (1Jn 4.8), aunque no lo manifieste, se hace presente de hecho.
Aunque el resultado pareciera ser el mismo, en realidad no lo es porque en el primer caso por el acto de fe: le otorgamos autoridad, lo adoramos, glorificamos, colocándonos en una actitud de receptividad a su Divina Misericordia que se prodiga por su exclusivo amor sin medida, al que llamamos infinito.
Querer es un sentimiento centrado en uno mismo y amar está centrado en los demás.
Todos pueden querer, pero pocos pueden amar. Quién no lo haya recibido, o quién ha recibido heridas emocionales por carencias afectivas no estarían capacitados para poder amar, a menos que… Dios sane esas carencias.
¿Cuál es la motivación emocional en la formación de una pareja, recibir o dar amor?  Si es para recibir, es para llenar un vacío, una carencia afectiva, con lo cual no está en condiciones para dar amor, todavía está en la etapa del niño/a demandante.  La relación que se genera en esta condición es filial: madre-hijo, padre-hija.  El hijo/a de esta unión es concebido sin amor (por la pasión), en el/la que se apoyan emocionalmente, convirtiéndose en un bastón emocional, coartando su libertad y enfermándolo/a.
Si es para dar amor, buscará a alguien que pueda recibirlo, valorarlo y retribuirlo, porque la salud emocional otorga libertad interior, por lo cual inconscientemente lo busca desde su espíritu.  Esta relación es generadora de amor que al no poder contener, como una explosión de amor, se manifiesta en los hijos.  Produce una relación de semejantes-iguales, alter ego (otro yo), expresado en cada uno de la pareja.
Estos son ejemplos extremos para graficar esta realidad, en ella se manifiestan todas las variantes de la insanidad.  
En principio las personas con orgullo y soberbia están incapacitados para poder amar, porque: El orgulloso se siente y después se cree que es poseedor de la verdad, y al no cuestionarse no puede disponerse a una actitud de servicio. El soberbio crea un camino personal que no tiene en cuenta a los demás. Su interés está en si mismo y los demás existen en función de sus necesidades.
El amor es servicio, es servir con y por amor.  Quién no tiene la humildad de ponerse al servicio del objeto de su amor, no sirve para amar.  
Tener amor es saber soportar;  (debemos preguntarnos:) ¿Tengo paciencia?
es ser bondadoso;  ¿Soy servicial?
es no tener envidia,  ¿Siento envidia?
ni ser presumido,  ¿Hago ostentación de mi persona y virtudes?
ni orgulloso,  ¿Escucho o trato de imponer mi verdad? 
ni grosero,  ¿Soy falso?
ni egoísta;  ¿Soy egocéntrico, egoísta?
es no enojarse  ¿Soy irritable, colérico?
ni guardar rencor;  ¿Soy rencoroso?
es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad.  ¿Soy honesto con la verdad?
Tener amor es sufrirlo todo,  ¿Todo lo perdono, disculpo, justifico?
creerlo todo,  ¿Tengo fe en los demás?
esperarlo todo, ¿Tengo esperanza?
soportarlo todo (1Cor 13.4-7).  ¿Tengo tolerancia?

Cuando dice “sufrirlo, creerlo, esperarlo y soportarlo todo”, la palabra todo significa sin límites.  Esto humanamente es imposible si no existe amor, porque este al hacerse presente, como ya lo hemos dicho, también se hace presente Dios, porque como Dios es Amor, con su gracia todo se hace posible. 

Si al objeto de mi amor le digo “te quiero”, en lugar de “te amo”, o ni siquiera le digo te quiero, no es por error o desconocimiento, sino por no querer reconocer conscientemente que no existe amor, o no querer asumir el compromiso que implica el afirmarlo, porque…
Te amo, y ¿qué?,   ¿soy coherente con lo que digo?  ¿Lo manifiesto en conductas y actos en los que asumo el compromiso de amar?  ¿En que me sacrifico por ella/el para que pueda tener un momento mas grato, colaborar espontáneamente en muchas tareas y ocupaciones cotidianas?  ¿En que me niego a mi mismo para que ella/el sea un poquito mas feliz (privándome del descanso, sueño, TV, PC, etc.)?
¡Por eso no decimos “te amo”!... 
Sugiero una oración sencilla para alcanzar el amor al modo de Dios.  Un ejemplo:
Señor Jesús, yo no tengo esa capacidad de amar; enséñame a amar.

El “verdadero” amor conyugal

La mayoría de las personas tenemos heridas emocionales ocasionadas por carencias afectivas: falta de amor por parte de nuestros padres, rechazos, desprecios, abandonos, reproches, castigos, odios, resentimientos, etc., originados desde la concepción.
Son muy pocos los que pueden testimoniar que están sanos, a través de una entrega conyugal generosa e incondicional, y a través del tiempo.
Para vivir el amor auténtico, el verdadero, es necesario sanar las heridas emocionales por dos motivos:
· Tener la libertad que concede Cristo, para “poder” escuchar y obedecer a Dios: El Señor me envió a anunciar la liberación a los cautivos, a dar la libertad a los oprimidos.  Lc 4.18-19
Esto se concreta al sanar el ego, dándonos  libertad respecto al pecado, que fundamentalmente es la esclavitud de la razón a través del orgullo. 
· Llenar las carencias afectivas, de tal manera que lo que una vez fue una carencia, por obra de la gracia, se transforma en fuente de amor que se derrama hacia los demás.

A partir de esta realidad espiritual, la mayoría de los matrimonios no viven el amor verdadero, el amor con el que Dios nos ama y desea ser amado a través del conyugue.

El amor que la mayoría conoce, aún con la mejor intención y buena voluntad, está contaminado: es utilitario, egoísta.  Es lo que comúnmente llamamos querer*, testimoniándolo con: querida/o…, en vez de: amor, mi amor, amorcito, o cualquier apelativo cariñoso.
* Ver tema: ¿En que se diferencia querer de amar?

La crisis del mundo de hoy, es la crisis del hombre, es una crisis espiritual.  Crisis de amor.  Estamos matando al amor, al matar a Dios en nuestro corazón y en nuestra vida.

La solución está en una restauración del proyecto original que Dios tuvo desde siempre para cada uno, todos sus hijos y que en este caso se manifiesta en la “plenitud” del amor conyugal.

El amor a Dios, en nuestro corazón se manifiesta en la relación matrimonial, como el amor de Cristo a través nuestro hacia el conyugue, en quién Él se encuentra representado:  Cada vez que lo hicieron con el mas pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.  Mt 25.40

Por el pecado de Adán y Eva, la naturaleza humana quedó debilitada con una tendencia hacia el orgullo, que consiste en mirarse a si mismo y a sus propios intereses como centro de su realidad existencial, de manera que debe ejercer violencia consigo mismo para poder hacer lo contrario.

Para salir de esta condición además de la voluntad, es necesario el auxilio de Dios a través de la gracia (poder) que Él concede como manifestación de su amor.

Además el mundo a través de la cultura laicista y atea promueve no solamente los antivalores, sino la cultura de la muerte, de un dios sin Dios.  Promueve modos de vida que exaltan el orgullo en todas sus formas, con lo cual se contrapone a la cultura del amor, solidaridad, generosidad, etc.

Ante esta realidad el matrimonio y la relación conyugal está cuestionada desde el comienzo.  La motivación queda en lo pasional, y cuando el fuego se apaga, ¿qué queda?

Para salvar al matrimonio es necesario no solamente un diálogo sincero y profundo, sino fundamentalmente  humildad, para poder ver los errores, equivocaciones, y de esta manera poder corregirse a la luz de Dios, porque es el único que puede cambiar el corazón, para hacernos nueva criatura: El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente, (porque) Yo hago nueva todas las cosas.  2Cor 5.17;  Ap 21.5

Además perdonarse mutuamente y a si mismos para que no haya reproches ni culpas que quitan la paz y generan resentimientos.  El perdón debe ser rápido y total, de lo contrario no existe perdón.

La mejor forma de poder concretarlo es colaborando mutuamente en esta tarea, aunque el conyugue no esté involucrado.  El amor es la mejor ayuda que se puede recibir.  

Para que exista un amor verdadero es indispensable que haya una unión espiritual, es decir unión de pensamientos y sentimientos.

Esto no significa que sean iguales, sino que tengan los mismos intereses y objetivos.  Para ello deben consultarse permanentemente en todo para que todas las decisiones sean compartidas.

De hecho hay muchos intereses y objetivos en la vida de todos, pero el único que lleva a la “verdadera” felicidad, al “verdadero” amor, y en este caso al conyugal, es el que nos propone Dios a través de su Hijo Jesús, el Camino (Jn 14.6); su camino de amor, porque Él, el Amor  (1Jn 4.8) se hizo camino para que siguiéndolo, aprendamos a amar.

Así da gusto vivir en el hogar

“Prueba de amor” matrimonial
El viaje de bodas había concluido con toda felicidad.  Los flamantes esposos se encontraban listos para enfrentar la nueva vida del hogar.  Cada uno continuaría con su empleo anterior.  Es decir, la mayor parte del día estarían separados fuera de casa.  Y al reencontrarse por la noche se esperaba que ambos se ayudaran mutuamente, y así resultaran más livianos los trabajos del hogar.
Pero Eduardo, el esposo, entendía que el hombre de la casa no era para esos “trabajitos” domésticos.  Durante largos meses fue dejando a Patricia, su esposa, sin ayuda ni colaboración.  Hasta que un día pasó lo que debía pasar: reclamos, discusión, llantos y amenazas.  “Tú me dices que me amas  -le reprochó Patricia a Eduardo-  , ¿pero es ésta la forma de demostrármelo, dejando sobre mí toda la carga del hogar? ¿Por qué no miras menos televisión y me ayudas un poco?
Felizmente, la propuesta fue aceptada y se salvó la armonía de la pareja.  Lo que Patricia estaba necesitando era una demostración práctica del amor de su esposo.  Un amor que supera, o en todo caso confirma las palabras cariñosas del marido.
La genuina prueba de amor conyugal se manifiesta en las acciones, en la actitud comprensiva y en el deseo de agradar al cónyuge.  Y esto cuenta tanto en la hora de la enfermedad como de la salud, cuando hay hijos o cuando no los hay, cuando el matrimonio es joven o cuando ya cumplió sus bodas de oro.  Tanto en los días fáciles como en los difíciles, a solas o en compañía de otros, en el lecho matrimonial o fuera de él, los esposos deberían demostrarse recíprocamente el amor abnegado y servicial de sus corazones.
Pregúntese con un sentido de autoanálisis: ¿Me gozo en aliviar las cargas de mi esposa? ¿Soy servicial y cortés con ella? ¿La rodeo con un amor constante?  Y usted, señora, ¿sabe agradar con su amor a su esposo? ¿Se muestra solícita con él? ¡Dios bendiga ricamente su matrimonio!
Sin rivalidad
Según la fábula de Cecilia Borjas, cierta vez discutían el azúcar y la sal, pretendiendo cada una de ellas ser más importante y más preferida que la otra.  Un cliente llegó a la panadería, y pidió galletas con sal.  Al rato llegó otro para comprar masas dulces con crema.  Y la discusión seguía, porque la sal no quería ser menos que el azúcar, ni el azúcar menos que la sal.
Hasta que intervino el pastelero, y fabricó unas ricas empanadas que dieron mucho que hablar.  Por fuera eran dulces, pero por dentro eran saladas; y ambos sabores juntos fueron un halago para el paladar.  Y la autora termina sus versos diciendo:

Sabed que el mérito nunca
de otro mérito es rival.
Si uno vale por sí solo,
¡juntos valen mucho más!

La moraleja de esta curiosa fábula es aplicable a muchos órdenes de la vida.  Pero es en el hogar donde puede tener especial aplicación, si se desea mantener la armonía de la familia.  Cuando los esposos discuten como el azúcar y la sal, y uno de ellos quiere tener dominio sobre el otro, lo único que están haciendo no es poner las cosas en su lugar, sino echando a perder la felicidad conyugal.

Los esposos que comprenden el verdadero propósito del matrimonio jamás se pondrán a competir entre sí, porque recordarán que han unido sus vidas para complementarse con amor y no para rivalizar con espíritu de egoísmo.  Tanto el marido debe valorar los méritos de su mujer, como ésta las virtudes de aquél.  Y no se trata de ver quién de los dos es más capaz, sino cómo cada uno de ellos puede ofrecer lo mejor de sí para la felicidad del otro.

En el matrimonio se actúa de común acuerdo, o tarde o temprano cada una de las partes tomará su propio camino.  Por eso resulta tan necesario que los esposos se sigan valorando mutuamente, sin incurrir en desprecios que vayan minando la unidad conyugal.

Después del casamiento, cuando los esposos comienzan a conocerse mejor, puede ser que surja en ellos algún grado de desilusión.  Quizá él descubra que ella no es tan prolija y ordenada como parecía.  Y tal vez ella descubra que él no es el muchacho tierno y comprensivo que era durante el noviazgo.  Pero aun esta especie de desencanto, jamás debería dar origen a discusiones amargas o a reproches desconsiderados que ahonden el desencuentro.

Y si existiera alguna diferencia que arreglar o algún defecto que superar, en tal caso, ¿no deberían sentarse para hablar con cariño y madurez en busca de la solución?

Además, pidiendo cada día la bendición de Dios los esposos, tanto como los hijos y el hogar en general, podrán gozar de armonía y felicidad.  El hogar donde mora el Señor  no conoce naufragios ni derrotas.

Equilibrio
Vamos a referirnos a usted, señora supertrabajadora.  A usted que disfruta de buena salud y que, deseosa de mantener su casa siempre limpia y en orden, pasa buena parte del día lavando, fregando y ordenando.  Usted tiene su casa que es un primor.  Todo está brillante, desde la vajilla, pisos, muebles y hasta cada objeto que adorna la casa.  Desde luego, usted está orgullosa con semejante presentación.  Pero, ¿a que precio ha conseguido todo eso?  Veámoslo con total franqueza.

Mantener así su casa le absorbe largas horas de cada día.  Tanto que a veces no le quedan ganas ni tiempo para hacer otra cosa.  Su esposo le pide que lo acompañe a cierto lugar, y usted responde que está cansada.  Los domingos la familia quiere salir de paseo, pero usted prefiere quedarse en casa, porque tiene tanto que hacer…  Sus hijos se acercan a usted para pedirle algo o simplemente para conversar, pero usted alega que no tiene tiempo.  Y así poco a poco usted, que tanto hace a favor de su hogar, sin advertirlo, está minando la unidad de su querida familia.  Con frecuencia, usted está nerviosa y un poco descontenta.  Porque tanto se esfuerza en limpiar, para que los demás ensucien y casi no valoren su trabajo.

¿Sabe señora que el hogar no todo consiste en limpiar y ordenar?  Por otro lado, si usted desea conservar impecable su casa, y con ese afán de hacerlo todo bien, no les enseña a sus hijos a ayudarla, se daña a usted misma y también a ellos.  Además, si usted no permite que su familia se mueva con libertad por temor a que le ensucien los pisos o los muebles, se convierte en la desdichada tirana del hogar, que tampoco deja vivir felices a los demás.

Sí, señora, trabaje, pero con equilibrio.  Procure que su tarea, lo mismo que sus actitudes, contribuyan a la felicidad de la familia.  Tómese tiempo para gozar de la compañía de su esposo y de sus hijos.  Evite vivir siempre cansada y nerviosa.  Usted tiene derecho a disfrutar de tranquilidad.  Y si la casa no está tan perfecta, paciencia.  Su felicidad es más importante que la pulcritud.

Recuerde que su casa no es una sala de exposición, sino el nido donde se mueven seres humanos necesitados de afecto y comprensión.  Como ama de casa, usted no es sierva de carga; es una hija de Dios.  Y en la medida en que usted le sea fiel, podrá inculcar esta bendición a sus hijos por el logro de una familia feliz.

Elogio sincero
Hace poco, una mujer casada decía:  “Mi vida dentro del hogar me resulta dura y aburrida, al no oír nunca una palabra de agradecimiento de parte de mi esposo.  Si él me dirigiera de vez en cuando algún cumplido, haría mi vida más llevadera”.  Y la señora terminaba así sus palabras: “No es fácil continuar tratando de hacer lo mejor cuando una no sabe si sus esfuerzos son apreciados o no”.

Si pudiéramos recibir una opinión franca de todas las esposas, nos asombraríamos al descubrir cuántas de ellas dirían palabras parecidas a las de esta señora.  Cuán a menudo solemos omitir la palabra oportuna de elogio y comprensión.  Cuánto tenemos que aprender los hombres el delicado arte de saber encomiar y estimular a nuestras esposas.  A veces, apenas un pequeño gesto acompañado de una sonrisa basta para dar aliento al corazón del ser amado.  Una sola palabra de merecida alabanza rinde mejores dividendos que todo un discurso de reproche.

Y esto no sólo es cierto entre los esposos dentro del hogar, sino aun entre los niños en el ambiente escolar.  Los experimentos realizados sobre el particular indican que cuando los niños son elogiados por sus maestros, mejoran el doble que cuando son criticados por ellos.  Y cuando esos mismos niños se los pasa por alto, sin hacerles ningún comentario, no acusan ningún mejoramiento en el aprendizaje.  Es decir, alentando la parte positiva del niño, se logra mucho más en él que reprochándoles sus errores o defectos.

Especialmente los niños, parecerían estar hambrientos de afecto y alabanza.  Así lo demuestra el caso de aquel niño cuya conducta dejaba bastante que desear, razón por la cual la madre debía reprenderlo casi a cada momento.  Pero un día el niño se portó muy bien; no había hecho una cosa mala.  Y cuando esa noche la madre lo acostó, antes de retirarse de la habitación, oyó que su hijo se puso a sollozar.  Y entre sollozos preguntó: “Mamá, ¿acaso hoy no me porté bien en todo?”  Para ese niño sólo había reproches, sin ninguna palabra de elogio.

¿Para cuándo queremos reservar los elogios hacia nuestros seres amados? ¿Para cuando se vayan de este mundo, y entonces ya no tengan ningún efecto, por más obsequiosos que seamos?  No se trata de exagerar ni de alabar a la persona misma, sino más bien sus actos dignos de alabanza.

Cuán agradable se torna la vida del hogar cuando los esposos se alientan mutuamente mediante palabras de encomio y de reconocimiento.  Y los hijos, ¡cuánto mejor se crían cuando  -junto con la disciplina doméstica-  también reciben el elogio amante de sus padres!

Para usted, señora
Esta reflexión es para usted, señora, que quiere llevarse bien con su esposo y que desea tener con él un hogar feliz.  ¿Domina el arte de comprenderlo y agradarlo?

Una señora nos decía: “Mi esposo y yo nos entendemos tan bien, que a veces basta una mirada para expresar nuestros pensamientos y deseos”.

Sin duda, ésta es una hermosa forma de armonía conyugal, en la que los esposos manifiestan comprensión y un gran compañerismo.  Pero llegar a este grado de armonía matrimonial no siempre es fácil.  Sea por la diferencia de cultura, de personalidad o de actividades que exista entre los cónyuges, el hecho es que se requiere un afecto indeclinable para alcanzar esta medida de éxito en el matrimonio.

Supongamos, señora, que su tendencia fuese señalar aun los menores errores y faltas de su marido.  ¿Piensa que de esa manera usted lo estaría ayudando a él?  No, ¿verdad?  Citemos aquí a Goethe, quién dijo: “Si usted trata a un hombre como es, él permanecerá como es.  Pero si lo trata como si fuera lo que debería y podría ser, él llegará a ser un hombre más noble y más grande”.  Sí, el apreciar las virtudes del esposo, o a veces el tratarlo como si las tuviera, es un poderoso estímulo para su carácter y aun para sus actividades.  Mientras los reproches y acusaciones originan discusión y reyertas, la tolerancia y la ternura crean buena disposición.

Otro secreto para hacer feliz a su esposo consiste en mantener la casa limpia, arreglada y lo más atractiva posible.  Además, la comida que usted prepara, la forma como gasta el dinero, y la manera como se arregla y recibe a su marido cuando él regresa al hogar, son también importantes factores de la dicha matrimonial.

Adicionalmente, ¿manifiesta usted interés en las actividades de su esposo? ¿Procura alentarlo en los momentos de desaliento? ¿Hace lo mejor de su parte para mantener una convivencia armoniosa? ¿Se muestra siempre confidente con él?  Y por fin, señora, ¿cultiva usted su fe en Dios, y le ruega su ayuda para ser una mejor esposa cada día?  Encomiende al Señor su vida, y él la bendecirá, en compañía de su esposo y sus hijos.

Para usted, señor
Una muchacha nos escribe para comentar el drama de su casa, donde el padre se muestra tirano con toda la familia.  Especialmente la esposa es objeto de malos tratos, gritos y amenazas.  Como resultado, toda la familia sufre y vive enferma de los nervios.  Y la muchacha que nos escribe, harta de semejante trato paterno, dice: “En mi conciencia ya maté cien veces a mi padre”.  Es decir, este hombre se ha ganado el odio en lugar del amor de su familia.

A menos que un hombre esté enfermo de la mente, ¿cómo puede entenderse que actúe así con su propia familia? ¿Es que abusa de la bondad y la paciencia de su mujer, o es que simplemente ha dejado de amarla?  Pero si éste fuese el caso, ¿qué culpa tienen los hijos para recibir un trato igualmente atropellador?

El esposo cruel ofende con su lengua, no atiende razones, no sabe dialogar, ni respetar, ni amar.  Es un ser desdichado y disminuido, por más autoritario que se muestre.  Hace sufrir y él mismo sufre por dentro.  Pero su orgullo no le permite cambiar, porque le parece que eso sería rebajarse.  En otras palabras, además de su mal carácter y de sus modales antisociales, el esposo y padre cruel sufre de un terrible amor propio y de una gran inmadurez emocional.

Señor, si usted tuviera alguno de los rasgos mencionados, y por lo tanto su familia estuviera padeciendo por esa razón, ¿no cree que ha llegado sobradamente la hora de cambiar?  Usted está llamado a ser feliz y a dar felicidad a su familia.  Por eso, reconozca con humildad  esas pequeñas durezas de su carácter, y muéstrese afable y un poco más comprensivo.  ¿Para qué irritarse frente a cualquier imperfección que usted descubra en sus seres queridos? ¿Acaso usted es perfecto? Y si usted en general le dispensa un trato normal a sus compañeros de trabajo, ¿cómo no hará por lo menos otro tanto al tratar con su familia?

Quiebre su amor propio.  Pida que oren por usted para sanar las heridas emocionales de su corazón, y su familia vibrará de felicidad.  Pruébelo y verá.

¿Una casa o un hogar?
Siempre me agrada pensar en la diferencia que existe entre una casa y un hogar.  La casa es la vivienda, con sus muebles y todos los adornos y comodidades que queramos poner adentro.  El hogar, en cambio, es la familia con la tibieza del amor, la hermosura de la unidad y la armonía de la paz.

Mientras la casa está formada por el techo y las paredes, el hogar se afirma en los corazones tiernos del grupo familiar.  Esto explica por qué puede existir una casa suntuosa con un hogar desdichado, y también una casa modesta con un hogar feliz.

Pero cuando el Espíritu de Cristo inunda el hogar, éste se convierte en un hogar cristiano.  Es decir, la actitud cristiana de la vida domina a los moradores del hogar.  Los esposos, los padres y los hijos viven espiritualmente unidos al gran corazón de Cristo, y de él alimentan sus sentimientos de amor, de comprensión, de bondad y de alegría.  Con Cristo en la familia nace en los hijos un ideal de servicio, y en los padres un mayor deseo de agradar a Dios.

Cierto estudiante chino que vino a pasar varios año en Occidente, tuvo la oportunidad de hospedarse en diversos lugares cristianos.  Tiempo más tarde, comentando sus impresiones, llegó a decir: “Siempre me llamaba la atención cómo en esos hogares estaba presente el gran Invisible y cómo se cultivaba el amor.  Eso fue lo que me hizo cristiano”.  Es que la atmósfera espiritual, delicada y respetuosa de un hogar cristiano siempre ejerce una influencia bienhechora sobre los de adentro y los de afuera.

Preguntémonos: ¿Mora el Espíritu de Cristo en mi hogar? ¿Me preocupo más por equipar mi casa, o por mantener mi hogar con un ambiente espiritual de amor y de fe? ¿Le ruego a Dios su diaria bendición para conservar la felicidad de mi familia?

Jesús en medio (¿de?)

Jesús, al decir: Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre yo estoy presente en medio de ellos (Mt 18.29, no solamente nos está asegurando su presencia, sino que también nos está sugiriendo que lo invitemos:
Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre entraré…  Ap 5.20
Al invitarlo o ponernos en su presencia, por el acto de fe se dispone a nuestro servicio (a lavarnos los pies: Jn 13.5) con amor y esperando ansiosamente que le demos una oportunidad. Es como si nos dijera: ¿Que quiere que haga por ti?  Lc 18.41
Me pregunto: ¿cuántos ponen a Jesús “en medio” en todas y cada una de las circunstancias de la vida?  Es lo mismo que decir; vivir en una presencia activa, interactuando con Él.
Como todas las cosas de Dios, el poner a Jesús en medio es un hecho que hasta pareciera trivial, pero dentro del misterio de la fe tiene un significado profundo, es: hacerlo Señor de nuestra vida (otorgarle autoridad sobre ella), que de hecho implica un acto de humildad, adoración, alabanza, y mucho más…
La presencia de Jesús en nuestra vida se manifiesta activamente construyendo el amor, la unidad, brindando paz, gozo, alegría, etc., y con su Providencia dispone todas las cosas para el bien.  Rom 8.28

Sanación de la falta del amor conyugal
Testimonio*
Con motivo del nacimiento de un hijo visité a una amiga hace unos meses. En la conversación me dijo que en su matrimonio hay amor, pero que su esposo es afectuosamente poco demostrativo. Le expresé que eso se debe a las carencias afectivas que tuvo por parte de su madre y que ella me confirmó.
Como es una joven de oración y con docilidad espiritual, en una manifestación misericordiosa surgida de nuestra comunión espiritual, espontáneamente me surgió una pregunta que le expresé así: ¿por qué no ponés a Jesús en medio de tus relaciones sexuales?
Le expliqué detalladamente todo lo que espiritualmente interpretaba sobre ello y lo compartió plenamente en un mismo espíritu.
Esto es el resultado de una convicción profunda, que surgió en tiempo y forma que el Señor en su Providencia dispuso.
Cuando llegué a casa me quedé pensando en este hecho, de lo que el Señor podría llegar a realizar a través de este acto de fe y como reacción en cadena con “todos” los matrimonios en los que incluyan a Jesús “en medio”.
Conociendo su disponibilidad y docilidad espiritual, posteriormente le pedí que en el tiempo que ella y el Señor dispongan, escriba su testimonio, para todos los matrimonios con problemas.
Como soy respetuoso de cómo el Señor obra en los corazones, esperé su llamado. Ya me había olvidado del tema, cuando cinco meses después, en forma providencial se dio que pasara a saludarla en su trabajo.
Allí me testimonió que el Señor había hecho una sanación en la relación con su esposo y lo estaba testimoniando con alguna de sus clientas. También me invitó a pasar por su casa a retirar el testimonio escrito que le adjunto.
Si bien este no es muy explícito, no insistí en ello por respeto a su pudor y por la misma delicadeza que se requiere cuando se trata con los sentimientos del corazón, que es el sagrario donde habita Dios.
Mis palabras tratan de completar lo que ella no hace tan explícitamente, pero que en su espíritu confirman las mías.
Hoy el demonio está destruyendo matrimonios y vidas en forma dramática. Este testimonio nos muestra el deseo de Dios en poner un freno y la oportunidad de conversión para las personas que decidan vivir su fe.
Pongo como guía a modo de sugerencia la oración que se encuentra en La Palabra a través de Tobías
¡Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por los siglos!  ¡Que te bendigan los cielos y todas tus criaturas por los siglos!  Tú creaste a Adán e hiciste a Eva, su mujer, para que le sirviera de ayuda y de apoyo, y de ellos dos nació el género humano. Tú mismo dijiste: No conviene que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda semejante a él. Yo ahora tomo por esposa a esta hermana mía, no para satisfacer una pasión desordenada, sino para construir un verdadero matrimonio. ¡Ten misericordia de ella y de mí, y concédenos llegar juntos a la vejez!  Tob 8.5-7
Siempre es mejor la que suscite el Espíritu Santo, porque Dios tiene una relación personal con cada uno de sus hijos.
*Carta del 30-07-2007 dirigida a Carlos Lovotti, Director de la revista Resurrección, Edit. Kyrios, publicada en edic. Nº 177 de octubre del 2007, pag. 9, con el título: Amar hasta que duela.  

Que sean uno (como nosotros, Padre) Jn 17.22

Hoy todo matrimonio está en crisis, porque todo hombre y mujer lo están. ¿Puede ser el matrimonio una excepción? ¿Por qué?

Veamos que dice la Palabra de Dios:

El Espíritu Santo afirma claramente que en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas. Habrá gente que se burlará de todo y vivirá de acuerdo a sus pasiones. Los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios; y aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella. 1Tim 4.1; Js 18; 2Tim 3.2-5

Esto se refleja en toda nuestra realidad existencial: social, política, laboral, sentimental, etc.

Por ejemplo, falta de valores ético-morales en toda la dirigencia, que en vez de utilizar sus cargos jerárquicos para servir, se sirven de ellos para exclusivo beneficio propio; falta de respeto, consideración, tolerancia, seguridad pública y privada, explotación y esclavitud económico-laboral, desprotección sanitaria, degradando la calidad de vida y denigrando la condición humana, desprotección socio-económica de la niñez y ancianidad, utilización emocional de las personas por cualquier motivo y para cualquier fin, etc.

Constantemente, somos agredidos inconcientemente y basta cualquier hecho intranscendente y circunstancial, o un problema insignificante, para que sea la gota que rebalsa el vaso.

Vivimos tensionados y cualquier situación nos desestabiliza emocionalmente, ¿por qué sucede esto?

En estos últimos tiempos Dios permitió que Satanás y las legiones demoníacas tentaran a los hombres para que tomemos posición frente al amor de Dios, expresado en la Divina Persona de Jesús y además para que crezcamos el máximo posible en todas las virtudes.

Para ello se debe ceder la conducción propia, al igual que entregar el volante del automóvil, para que Jesús decida el destino, y a partir de ello todas las decisiones que se deban tomar. 

Esto representa una humillación para el orgullo, y también produce temor, pero por el acto de fe, el Espíritu Santo brinda la experiencia del gozo espiritual en el corazón a manera de premio y estímulo.

Como consecuencia, al igual que la abeja busca el néctar en la flor, el alma desea seguir los deseos que el Espíritu Santo pone en el corazón.

El amor no es algo abstracto, psicológico, etc., es una «persona» y tiene nombre: Jesús, el Hijo de Dios Padre y Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos. Porque Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios él.  Mt 18.20; 1Jn 4. 16

Jesús construye el amor, la unidad, garantiza el gozo y la felicidad que humanamente cada día se nos hace más inalcanzable. Más aún, se llega a un gozo mucho mayor de lo que humanamente fuese posible, porque Jesús que es vida (Yo soy la Vida Jn 14.6), cuando se hace presente por medio de la Gracia, se manifiesta la plenitud de ella.

Solamente si Jesús está presente en sus vidas podrán seguir el consejo: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo.  Ef 5.21

La expresión someterse no debe interpretarse como una subordinación servil, sino como fruto del amor que impulsa a la dependencia afectiva con el amado y que se traduce en un servicio cariñoso, afectuoso.

Háganse servidores uno del otro por medio del amor.  Gal 5.13

Al estar impregnado de amor, por más pesado y doloroso, se convierte en liviano y gozoso.

La ausencia de Cristo por falta de compromiso con la fe, hace que toda relación se desgaste. ¿Por qué?

El desgaste se produce porque:

1-   Naturalmente tenemos la tendencia (consecuencia del pecado original) a centrarnos sobre nosotros mismos,
2-   El interés por el otro se convierte en un sentido utilitario,
3-   Juzgamos al cónyuge con criterio humano (egoísta), que es contrario al criterio de Dios (amor): El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1Cor 13.7

En una palabra, después de la pasión de los primeros años de la convivencia conyugal, solamente los matrimonios que ponen a Jesús en sus vidas, o lo que es lo mismo, el amor oblativo (renuncia sacrificada del ego manifestada en hechos concretos), pueden vivir la experiencia del amor.

Para la mayoría es solamente una situación de conveniencia, o distintos motivos o intereses: los hijos, incapacidad de independencia económica, o habitacional, cobardía, motivos religiosos, sociales, etc.

¡Cuiden ustedes, de su propio espíritu y no falten a la promesa que le hicieron a la esposa (/o) de su juventud!  Mal 2. 15

Una afección espiritual es desencadenante de un proceso  psico-emocional que afecta a todos los niveles de la personalidad: El espíritu del hombre lo sostiene en su enfermedad, pero ¿quién levantará  a un espíritu abatido?  Prov 18.14

Hoy la medicina confirma que la angustia y depresión bajan las defensas del sistema inmunológico, favoreciendo la aparición de cualquier padecimiento o enfermedad.

Dios nos advierte que la única medicina preventiva para la salud es la felicidad, que incluye la prolongación de los años de vida: ¡Feliz el marido de una buena esposa: (Feliz la mujer de un buen marido): se duplicará el número de días!  Ecli 26.1

Por ese motivo…


                                               Que sean uno (como nosotros Padre)